jueves, 26 de abril de 2012

Crónicas de historias contadas.

Algo acaba de explotar. El estallido ha dejado un hueco en el piso y ha repercutido en el estómago de todos. Unos encapuchados entran y aprietan con sus manos las culatas y los gatillos de las ametralladoras. Son manos que actúan de manera automática. Disparan a todos lados. Las balas perforan paredes, rompen vidrios y lámparas, un cuerpo humano.
Y esos que disparan, ¿son dos, tres? ¿Quizá hay más? ¿Otros allá afuera?…
¿Es posible? Sentir de repente una bofetada de pavor ante el estruendoso eco de los disparos. ¿Eco? No, es la siguiente ráfaga.
Miedo. Silencio. Un silencio espeso y extraño. La resonancia sorpresiva de lo que acaba se pasar y la incertidumbre de lo que vendrá.
—¡Ora sí se los va a llevar la chingada a todos!
Es ese grito y más ráfagas. Y otra granada.
No, esto no es un campo de batalla. Es la redacción de un periódico.
Aquí ya todo es posible.

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